Ayelén, la que sonríe

por Ayelén. 8 de agosto, 2024  ·  Relato personal

Texto publicado originalmente en la revista El Hormigón Armado (No. 91, abril-junio 2024).

A nivel mundial, en promedio el 8% de los niños y niñas menores de 18 años sufre algún tipo de violencia sexual; en Bolivia el promedio es de 23% (Informe de la Defensoría del Pueblo, 2015).

Mi nombre es Ayelén, que en lengua mapudungun significa “la que sonríe”. Soy nieta de dos mujeres campesinas de los pueblos originarios del chaco, ambas han sido víctimas de violencia patriarcal y han llegado al fin de sus días con las heridas abiertas, heridas que atravesaron la vida de mi madre, padre y en consecuencia la mía. Mi linaje contiene el dolor del ultraje machista y patriarcal.

Tengo 31 años, fui abusada sexualmente entre los 5 y 7 años en mi contexto familiar reiteradas veces. Mi respuesta psíquica fue el olvido, ya que no había adultos que pudieran protegerme, no por maldad, sino, porque la vida los había anestesiado ante tanta ignorancia y tanto sufrimiento, ellos no podían ver las señales. A mis 15 años irrumpió el recuerdo abruptamente mi propio intento de suicidio, el cual con su contundencia a cuestas develaría lo sucedido. Paradójicamente, inicié un largo camino de sanación, algo así como una renovación en mi deseo de vivir. Los primeros años los transité casi en soledad, hasta que logre encontrar una llave: las redes feministas.

Conocí un grupo en particular, que se especializaba en el tema que me afectaba, las mismas que me sostuvieron y dieron la certeza de que yo no era responsable de los abusos, cosa que creí internamente durante muchos años. Desde ese momento y tras un largo proceso, que aún continúa, pude construir una nueva identidad, dejé de ser tan solo una víctima, para reivindicarme  como sobreviviente. Los caminos y las redes que me llevaron a ser protectora de mí, y de otras mujeres, son diversos y sobre todo feministas: el arte, la espiritualidad, la agricultura y el autoconocimiento han sido y son mis herramientas para existir en este mundo adverso.

Una noche de luna llena, en un círculo ritual junto a otras mujeres, practiqué una meditación que se enunciaba como sanación de útero, en dicha meditación debía visualizar a mis ancestras, mirarlas una a una e identificar los atributos que ellas tenían para mostrarme. Vi dos grupos de mujeres, uno de esos grupos tenía a mujeres sumisas y llenas miedo, con cuerpos empequeñecidos y silenciosos; el otro grupo tenía a mujeres fuertes, esbeltas y aguerridas. Recuerdo haber llorado mientras las veía, ya que me reconocía a mí misma en ambos grupos. Permitiéndome integrarlas, entendí que yo también era ellas. La mujer que facilitaba la meditación nos advirtió que energías estancadas podían moverse tras la meditación. Enorme fue mi sorpresa cuando tres días después, mi madre, a sus 56 años, me contó que pudo hablar con su madre acerca de los abusos que mi abuelo había ejercido sobre ella, de los cuales nunca se había dicho nada desde que mi madre era una niña. Desde ese día, creo que la magia existe.

Los años fueron pasando, construí la templanza y fortaleza necesaria para, con muchas agallas, enfrentarme cara a cara al agresor que irrumpió mi infancia, romper el silencio, mirarlo a los ojos y decirle: “YO SÉ LO QUE VOS ME HICISTE”. Me sentí aliviada y poderosa, ya no le tenía miedo. Esta escena fue el corolario de uno de los muchos intentos que hice por ser la mujer que soy hoy, la que protege a la niña vulnerable que una vez fui.

De mis abuelas conservo el amor por la tierra. Cada vez que cuido una planta, que bebo de su medicina las recuerdo, y las reivindico como mujeres sabias y sanadoras, curar mis heridas es curar las de las que me antecedieron y prevenir las de las que vendrán. Mi responsabilidad conmigo y con mis futuras niñas significa ser una muralla ante la violencia patriarcal.

Muchas veces vivimos tanta violencia, la vemos tan a diario pasar frente a nuestros ojos que no es de extrañar que perdamos el encanto por vivir, es ahí cuando creo que nos han vencido. A mí aún no han podido someterme, yo reescribo mi historia, recupero la memoria, elijo mi camino y cultivo la vida. Muchos años evite ser nombrada como Ayelén, pues este nombre me recordaba a mi infancia. Hoy lo recupero, YO SOY LA QUE SONRÍE.