Crónico
por Anna Quina. 15 de agosto, 2024 · Ficción
Crónico:
1. adj. Dicho de una enfermedad: larga.
2. adj. Dicho de una dolencia: habitual.
3. adj. Que viene de tiempo atrás.
RAE
El tiempo pasaba. Y pasaba cada vez más rápido.
El reloj tenía que haber estado averiado. ¿O era él el que estaba alucinando? Revisó su otro reloj, aquel que llevaba años guardado en un cajón que solo se abría cuando se necesitan baterías nuevas. Revisó el viejo reloj que colgaba en la cocina y que pertenecía a su abuela. Encendió la televisión y revisó la hora. No lo podía creer.
13:48 indicaba el reloj de plástico que tenía al lado de la cama y que sonaba todas las mañanas para despertarlo, sin embargo afuera ya había oscurecido; ante la confusión y la impotencia que sentía, intentó dormir. Cerró los ojos, y moviéndose de un lado para el otro, tapándose y destapándose, pronto se dio cuenta que iba a ser una larga noche. Abrió los ojos y miró el reloj. 22:23. La confusión empezaba a mezclarse con enojo. Se levantó y tomó un par de pastillas de la extensa colección de fármacos que tenía en su baño, aquellos que tomaba desde el diagnóstico de su enfermedad tres años atrás. Se acostó y cerró nuevamente los ojos. Y mientras sentía cómo el sueño empezaba a apoderarse de su cuerpo, y cómo su mente empezaba a desvanecerse, la alarma empezó a sonar. De un terrible susto, saltó de la cama y la apagó. Todo seguía oscuro, pero el reloj señalaba las 7:00. Mareado y desconcertado, intentó levantarse pero tropezó con sus propios zapatos, cayó sobre su cama y rápidamente se quedó dormido.
Se vio a sí mismo, en lo que tuvo que haber sido una terrible pesadilla (de aquellas que solía tener cuando tomaba más pastillas de las que debía), sentado en su cama estrangulando a un señor barbudo mucho mayor que él que yacía en ella completamente aterrado. El anciano abría la boca tratando de gritar pero no producía ningún sonido. Esta escena duró unos cuantos minutos, hasta que los desesperados movimientos del pobre hombre se detuvieron cuando éste dejó de respirar. Tras destapar al anciano, notó que estaba usando su ropa, por lo que decidió desnudarlo y ponerse su ropa. Se acostó en su cama al lado del cuerpo inerte, hasta que finalmente pudo descansar.
Se despertó asustado, se limpió el sudor de la frente y después de darse unos minutos para recuperar la compostura, se sentó al borde de la cama y se atrevió a mirar el reloj una vez más. Señalaba las 20:34. Se quedó mirando el reloj por un par de minutos. El tiempo pasaba, y pasaba cada vez más rápido. 3:23. Se levantó de la cama, pareciendo haber aceptado lo absurdo de la situación, y se dirigió al baño. Se lavó la cara, levantó la pequeña lata de chocolates donde guardaba todas sus prescripciones y tomó un par de pastillas más. Sintió un leve dolor de garganta al momento de tragarlas, y al mirarse en el espejo, notó los moretones que le cubrían todo el cuello. Asustado, salió apurado del baño y se dirigió a la cocina, donde se fumó un cigarrillo, luego otro y luego uno más.
A pesar de sus esfuerzos por ignorar los violentos movimientos de las manijas del reloj, el tiempo seguía acelerado, pero parecía acelerarse más cada vez que él lo miraba. Luego de cambiar de lugar ese viejo reloj para tenerlo lejos de su mirada, se sentó en el gran escritorio de madera que estaba en la sala más grande de esa vieja casa, el cual solía ser de su esposa, y el que, luego de su trágica muerte, había quedado empolvado y en desuso. Sacó un papel en blanco y una pluma y empezó a escribir. Su letra era irregular y más torpe de lo usual, y tras equivocarse repetidas veces, rompió el papel y se levantó irritado de la silla. Se sirvió un vaso de whisky, el cual tomó de un de un solo sorbo junto con un un par de pastillas y se sentó a intentarlo de nuevo.
“Estimado señor N. Sabra, le escribo con la más cordial intención de recordarle que sigo esperando una respuesta…” Se quedó mirando el papel pensativo y se levantó para revisar su calendario. Se fijo la hora una vez más. 11:32. No sabía qué día de la semana ni qué fecha era, sin embargo continuó escribiendo. “Espero que disculpe mi insistencia, pero mi anterior carta no tuvo respuesta, y como usted bien sabe, mi situación es delicada, por lo que requiero una respuesta lo más pronto posible. Le ruego tener consideración. Hasta entonces, seguiré esperando”. Firmó la carta, la puso en un sobre y la dejó al lado de la puerta principal con la intención de dejarla en el buzón cuando saliera de la casa.
Revisó nuevamente el reloj. 23:19. Afuera estaba soleado, por lo que decidió cerrar todas las cortinas. Al toparse con su reflejo en el gran espejo dorado que se ubicaba en el corredor principal de la casa, notó que los moretones que tenía en el cuello habían desaparecido casi por completo. Corrió al baño de su habitación para revisarse, pues ahí había una mejor iluminación. Las marcas eran sutiles, de un color amarillo suave, en vez de ese tono azul oscuro que tenían cuando se despertó en la mañana. Confundido, se quedó parado un buen tiempo frente al espejo y notó que las marcas lentamente empezaban a hacerse cada vez más imperceptibles. Después de un par de horas, desaparecieron completamente. En su cuello no había rastro de ningún moretón. ¿Acaso estaba enloqueciendo?, ¿o es que ya estaba completamente loco? Permaneció inmóvil frente al espejo, ahogándose en sus pensamientos, tratando de entender qué era lo que le estaba pasando. Las horas pasaban y unas cuantas lágrimas empezaron a deslizarse sobre su rostro inexpresivo, generando un estruendoso golpe cada vez que caían sobre la porcelana del lavamanos, convirtiéndose en el único sonido que se atrevía a romper el ensordecer silencio que había en esa casa.
Impotente, cansado y todavía terriblemente confundido, decidió deshacerse de todos sus medicamentos, lo que sea que le pudiera llegar a pasar por no tomar sus prescripciones, no podía ser peor que la pesadilla que estaba viviendo. Lo consumió una terrible sensación de ansiedad y desesperación. Se sentía atrapado dentro de esa casa, la que hace un buen tiempo había dejado de sentirse como un hogar y había empezado a sentirse como una cárcel. Una cárcel demasiado grande para un solo prisionero. Llevó una silla a su baño y se sentó frente al espejo, con un clavo y un martillo, colgó el viejo reloj que solía estar en la cocina en medio del espejo, quebrando así el cristal. El reloj señalaba las 10:30. Encendió un cigarrillo y empezó a fumar mientras miraba las manijas del reloj girar.
6:15. Entre los pedazos del espejo quebrado veía una versión deformada de su rostro. Con una mirada inquieta, su atención se alternaba entre el reloj y su reflejo. 4:30. Tal como le pasaba antes, mientras más veía el reloj, más rápido giraban las manijas, y el tiempo pasaba más rápido. Empezó a notar que la barba le crecía rápidamente, que las arrugas de su cara se hacían cada vez más notorias y que la falta de sueño empezaba a afectar su apariencia. Se parecía cada vez más al anciano con el que había soñado la noche anterior. Mirándose fijamente en el espejo, notó que sus ojos se ponían cada vez más rojos, las líneas de sus párpados se hacían cada vez más pronunciadas y sus labios se iban secando hasta que se quebraban y empezaban a sangrar. Pasaron horas. Entre lágrimas y gritos desesperados, se empezó a marear, y tras un último vistazo rápido al reloj, cayó inconsciente sobre el lavamanos.
Vio nuevamente a aquel anciano. Estaba parado detrás de su cuerpo inconsciente, y tenía la cara cortada. El anciano se acercó al cuerpo y levantó su cabeza del lavamanos, dejándolo caer sobre el piso. Se lavó la sangre de la cara y levantó la cabeza. Notó que había un reloj clavado en el espejo, éste estaba detenido y señalaba las 3:00. El anciano retiró el clavo, lo cual hizo que el espejo terminara de romperse, dejando un marco vacío colgando en la pared. Colocó el reloj encima del hombre que se encontraba tirado en el suelo, cubriendo su rostro, y salió del baño. Abrió las cortinas de la casa y se dirigió a la puerta principal, tomó el sobre que estaba a su lado y lo rompió. El anciano regresó a su habitación y se acostó en la cama. Giró el pequeño reloj de plástico hacia la pared, sintiendo un gran alivio, cerró los ojos y, por fin, pudo descansar.