Evo, Trump y el vicio del poder
por Ian Belzu. 9 de julio, 2024 · Política
No es noticia que el poder es adictivo; una constante invariable a lo largo de la historia de la humanidad es que aquellos que tienen poder harán lo que sea por mantenerlo, y no hay lugar donde eso sea más cierto que en el desagradable mundo de la política. Alrededor de todo el mundo, cientos de hombres (y alguna que otra mujer) han caído en el vicio del poder, con resultados que varían desde violaciones de constituciones hasta masacres y genocidios, pero que generalmente comparten el común divisor de la injusticia y el sufrimiento humano, siguiendo el principio inapelable de poner el poder de uno por encima de todo y de todos, sin importar las consecuencias.
Es en ese contexto que quiero discutir a dos personajes que actualmente están muy presentes en nuestras noticias, uno a nivel local y otro a nivel mundial: Evo Morales y Donald Trump. Dos expresidentes que parecieran no tener mucho en común, siendo de dos extremos opuestos del espectro político, teniendo historias y orígenes totalmente diferentes, pero que en el fondo resultan ser mucho más similares de lo que aparentan. Dos caras de una misma moneda: la izquierda y la derecha, el rico y el pobre, el blanco y el indígena…, las cuales sirven simplemente como máscaras que buscan distraernos de las personas que se ocultan debajo, presentando imágenes diferentes que apelan al público al que cada una apunta, pero que en el fondo están igual de corrompidas por el vicio del poder. Y dadas las circunstancias, ambos hombres, alimentados por su ambición de poder, representan un peligro inminente para sus respectivos países.
Por un lado, los Estados Unidos, con las elecciones presidenciales a menos de cuatro meses de realizarse, se encuentran en una situación que, lejos de ser ideal, resulta sumamente preocupante para el destino del país. Tras el controversial y conflictivo mandato de Donald Trump, rodeado de escándalos mediáticos y marcado por un mal manejo de la pandemia del COVID-19, Joe Biden asumió la presidencia en enero de 2021 y Trump comenzó una vergonzosa campaña por anular y deslegitimar los resultados de las elecciones del 2020, la cual sigue promoviendo hasta el día de hoy. En su capricho por no aceptar la derrota y querer retornar al poder —y a pesar de los cuatro juicios en su contra y de su sentencia en el más reciente de ellos, en el cual fue hallado culpable de los 34 cargos que fueron presentados contra él— la inmensa popularidad que tiene con sus seguidores está permitiendo a Donald Trump perfilarse como el candidato republicano para enfrentarse nuevamente a Joe Biden en la revancha de las elecciones del 2020. Encontrándose en una situación que significaría un golpe irreversible en la reputación de cualquier otro candidato, matando todas las chances que tenía de llegar al poder, los cargos criminales de Donald Trump, increíblemente, pueden significar el empujón final que necesita para volver a la Casa Blanca en noviembre.
Pero mientras que los Estados Unidos se enfrentan por primera vez a una situación en la que un candidato perturba el desarrollo del “sagrado” y “perfecto” proceso electoral americano, la situación política en Bolivia es, como lo ha sido desde sus inicios, caótica e irregular por defecto. Tras la crisis política del 2019, con los indicios de fraude electoral y las protestas masivas en todo el país que culminaron en la renuncia de Evo Morales y todo su gabinete, Jeanine Añez asumió la presidencia interina y su catastrófico gobierno dio lugar a las masacres en Sacaba y Senkata, además de la persecución política de los miembros del gobierno de Morales, por lo menos aquellos que no pudieron salir del país para pedir asilo político. Las elecciones del 2020 vieron al Movimiento al Socialismo retornar al poder bajo el mandato de Luis Arce, significando el retorno de todos los asilados al país y la persecución política de Añez y sus ministros, encarcelando a la exmandataria y a otras figuras políticas de la oposición. Pero el regreso de Evo Morales al país, y los conflictos internos que esta situación fue causando dentro del partido del MAS fue haciendo evidente que sus ambiciones de poder siguen intactas. Evo quiere volver a gobernar, y planea hacerlo a costa de Arce, de su partido, del bienestar del país y de cualquiera que intente detenerlo.
La manifestación más evidente del vicio del poder se da en las intenciones de estos hombres de hacer lo que sea para mantener su poder, cosa que Evo y Trump comparten orgullosamente.
Evo Morales ganó las elecciones del 2005 y fue posesionado como presidente el año siguiente, manteniéndose en el poder por un segundo término tras haber ganado la reelección en el 2009. Con el límite de dos términos consecutivos para un presidente establecido en la Constitución, Morales tuvo que buscar otros recursos para mantenerse en el poder; así lo hizo en 2013 cuando una controversial decisión del Tribunal Constitucional Plurinacional declaró que el primer mandato de Morales no contaba pues había sucedido antes de la refundación del país como Estado Plurinacional, permitiéndolo presentarse a las elecciones del 2014. Morales ganó y obtuvo su tercer mandato como presidente. El año 2016 recurrió a un referéndum constitucional para aprobar cambios en la Constitución Política del Estado que le permitirían postularse a un cuarto término. Los resultados no fueron los que el mandatario esperaba, con la votación nacional negándole la posibilidad de presentarse nuevamente a las elecciones. Pero en su adicción al poder y en su incapacidad de bajarse de la silla presidencial, Morales recurrió nuevamente al Tribunal Constitucional Plurinacional, que promovió uno de los fallos más insólitos y vergonzosos de la historia de Bolivia, declarando que los “derechos políticos” de Morales estaban por encima de los artículos de la Constitución que limitaban el período presidencial a dos términos, habilitándolo a buscar la reelección las veces que quiera. Así fue que se presentó a las elecciones del 2019, las cuales causaron el revuelo político que vio a Morales renunciar a la presidencia después de trece años de gobierno. Trece años que quedarán para siempre como una evidente demostración de lo vulnerables que son las fundaciones institucionales de nuestro país, dejando en evidencia que en Bolivia, aquellos que tienen poder pueden hacer con él lo que les plazca.
Por su parte, Donald Trump, buscando ser elegido para un segundo término, aún basa gran parte de su campaña electoral en la infundada acusación de que las elecciones del 2020 estuvieron arregladas, buscando deslegitimar la victoria de Joe Biden. “Un fraude masivo de esta magnitud requiere la terminación de todas las normas, reglamentos y artículos involucrados, incluso los que se encuentran en la Constitución”, escribió Trump en sus redes sociales en diciembre de 2022, cuestionando la legitimidad no solo del órgano electoral del país pero de la propia constitución americana. En estos últimos cuatro años, Trump ha ridiculizado el sistema electoral estadounidense promoviendo mentiras sobre un supuesto fraude electoral, costándole dos juicios que aún están en proceso, los cuales acusan al expresidente de interferir con la transparencia de las elecciones y de conspirar para anular ilegalmente su derrota.
El resultado de estos juicios podría tardar años, pero lo más probable es que no tengan relevancia alguna si es que Trump gana las elecciones de noviembre y vuelve a la presidencia; situación que probablemente traería consigo una serie de represalias contra aquellos que le han iniciado procesos legales, potencialmente le otorgaría al presidente la opción de perdonarse a sí mismo de sus crímenes, y vería el ascenso de un gobernador mucho más brutal y peligroso que el que vimos durante el primer mandato de Trump; idea con la que ha estado coqueteando en recientes discursos y entrevistas, llegando incluso a decir que sería un dictador solo durante su primer día en la Casa Blanca. La actitud agresiva de Donald Trump hace que su regreso al poder sea una posibilidad real, la cual amerita la preocupación de los ciudadanos americanos, pues deja abierta la puerta a los nuevos abusos de poder que su segunda presidencia pueda presentar. Además, si Trump gana, a pesar de que la Constitución estadounidense limita al presidente a solo dos términos, sean consecutivos o no, no debería sorprender a nadie que en cinco años, al enfrentarse a nuevas elecciones, tal como lo hizo Evo Morales en Bolivia, Trump recurra a algún recurso desesperado e ilegitimo para mantenerse en el poder, significando un peligro real para la democracia americana y mundial.
Pero cuando los medios burocráticos —aún los ilegítimos— no son suficientes, se deben buscar otras soluciones para mantener el poder, éstas suelen recurrir a la incitación de grupos sociales y a la violencia. Trump lo hizo de manera espectacular con la infame insurrección en el Capitolio del 6 de enero de 2021, impulsando a sus seguidores a ir a protestar el supuesto fraude electoral. “Gran protesta en D.C. el 6 de enero. ¡Estén ahí, será salvaje!” publicó Trump en sus redes sociales dos semanas antes del hecho. Ese día, alrededor de 2500 personas irrumpieron el Capitolio con la intención de interrumpir el recuento de votos del Colegio Electoral y presionar al Congreso para que se revocara la elección de Joe Biden. Un evento inaudito que tuvo como resultado la muerte de nueve personas, cientos de heridos, y cerca de 30 millones de dólares en daños debido al vandalismo y saqueo del Capitolio. Y aunque provocó un juicio federal y el segundo proceso de destitución contra el entonces presidente, el acontecimiento evidencia el incondicional apoyo que tiene por parte de sus seguidores y del partido republicano, que, en su mayoría, no se mostró en lo absoluto preocupado por la insurrección en el Capitolio, por volver a presentar a Donald Trump como su candidato y por la posibilidad de que algo semejante pueda volver a ocurrir en cualquier momento si es que Trump así lo quisiera.
En Bolivia, Morales ha demostrado que, cuando las cosas no salen como quiere, recurrir a la violencia siempre es una opción. Así fue en el 2019, cuando, durante los 21 días de protestas nacionales exigiendo su renuncia, la fuerte represión de los militares dejo más de 200 personas heridas y 3 personas muertas. El 10 de noviembre, tras las repercusiones de la renuncia de Morales y García Linera, el país se enfrentó a dos días caóticos en los que los seguidores de Morales y del partido del MAS salieron a las calles a protestar, provocando daños a propiedades públicas y privadas, quemando 15 buses del transporte público de la ciudad de La Paz, y registrando otras 11 personas muertas (datos de la Defensoría del Pueblo de Bolivia). Tras el asilo de Evo Morales en México, sus seguidores prometieron más enfrentamientos, y se hizo público un video de un dirigente del MAS cercano a Morales hablando por teléfono con él. En dicho video, obtenido del celular del hijo del dirigente (quien era prófugo de la justicia desde el 2016 por narcotráfico), Morales le daba órdenes de organizar a sus seguidores para bloquear la ciudad con la intención de cercarla para evitar el paso de comida, y llamando a los enfrentamientos, señalando: “Desde ahora va a ser combate, combate, combate”.
Asimismo, tras su regreso al país y su desentendimiento con el presidente Luis Arce, organizó una serie de bloqueos por todo el país en enero de 2024 y se autoproclamó como el candidato del MAS para las elecciones del 2025. Y entre conflictos internos de unos por proclamarlo candidato y de otros por retirarlo del partido, el Tribunal Supremo Electoral aseguró que Evo Morales no podrá presentarse a las elecciones, habiendo ya cumplido el límite de dos mandatos continuos o discontinuos establecidos en la Constitución tras la sentencia del TSE en diciembre de 2023, negando el “derecho humano de la reelección indefinida” que Morales utilizó en 2017 para presentarse a una cuarta postulación. ¿Cuál fue la respuesta de Morales? “Si inhabilitan a Evo va a haber una convulsión. Si quieren eso, pues, eso va a ser la responsabilidad del Gobierno” dijo en una entrevista con EFE, insinuando represalias sociales por parte de sus seguidores, al mismo tiempo, absolviéndose descaradamente de la culpa. En un discurso dirigido a sus seguidores el pasado mes de mayo, el mensaje de Morales fue claro: “Si no quieren de buenas, es de malas pues”.
La coyuntura política en Bolivia y Estados Unidos es diferente en muchos aspectos, sin embargo es evidente que ambos países se encuentran en una situación que no resulta tan diferente si se toma en cuenta la relevancia de las siguientes elecciones de cada país. Ambos países se enfrentan a un personaje que busca insaciablemente llegar al poder, sin miedo de atropellar las leyes y las regulaciones electorales para lograrlo, sin miedo de mentir para perjudicar a sus rivales y sin miedo de recurrir al revuelo social y a la violencia si lo consideraran necesario; un personaje con millones de leales seguidores y con mucha influencia sobre ellos; un personaje que se muestra como la víctima para generar un sentimiento de reivindicación entre sus bases, y que apela al populismo para aparentar que sus intereses están en la gente y no en sí mismo. Llega un punto en el que Morales y Trump parecieran ser la misma persona.
Y tal vez la parte más preocupante es que ambos se enfrentan a oposiciones débiles que hacen que sus chances de regresar al poder sean más que una mera posibilidad. En Bolivia, el principal rival de Morales, considerando el lamentable estado de la oposición al MAS, parece ser el propio Luis Arce, cuyo mediocre gobierno, acentuado por la compleja situación económica en la que se encuentra el país, además de la escasez de dólares y de gasolina, hacen que su reelección no sea una propuesta para nada atractiva. En los Estados Unidos, Trump se enfrenta a un debilitado Joe Biden, quien, con 81 de años de edad, se niega a bajarse de la pelea para ofrecer su plaza a un nuevo candidato demócrata, teniendo que enfrentarse a constantes discusiones mediáticas sobre sus capacidades físicas y mentales, las cuales parecen estar en constante deterioro. Añadiendo a eso, la reputación de Biden parece estar en declive, sobre todo entre personas jóvenes, lo cual se puede atribuir en gran medida a su apoyo al gobierno israelí y a la total inacción de su gobierno por detener el genocidio que éste está perpetrando en Gaza, dejando claro el mensaje de que Biden está más preocupado por mantener mantener lazos diplomáticos con un estado asesino que por salvar las vidas de miles de civiles.
Sin muchos obstáculos en sus caminos, tanto Evo Morales como Donald Trump parecen estar destinados a retornar nuevamente a la casa de gobierno de sus respectivos países y recuperar su poder.
Y mientras Donald Trump espera su condena, ha recibido más de 50 millones de dólares en donaciones tras haber sido declarado culpable; donaciones de ciudadanos americanos, muchos de ellos de escasos recursos, para un criminal multimillonario, quien los ha convencido —y así lo creen fervientemente— que es él la víctima de la situación. Y mientras Evo sigue asegurando que será el candidato presidencial, con amenazas de convulsiones en caso de que no se lo permitan, miles de personas protestan por él, convencidos de que es la víctima de terribles injusticias perpetradas contra él por “el imperio”, su enemigo simbólico favorito.
Sin necesidad de mencionar nada sobre sus políticas e ideologías (las cuales no son más que etiquetas que están lejos de provocar el cambio significante que prometen) y especular sobre cómo serían sus gobiernos, es seguro decir que el prospecto de que Evo Morales y Donald Trump regresen al poder asusta a muchas personas, y con justas razones. Estos dos hombres, uno de ellos nacido en la riqueza y el otro en la pobreza, han llegado al poder mediante circunstancias diferentes, sin embargo, una vez que lo han conseguido, han caído inevitablemente en su vicio. Y es que el poder, además del reconocimiento mundial, de la autoridad sobre millones de personas, de los privilegios y la lujosa vida a la que estos hombres se han acostumbrado, les ofrece protección; protección de sus actos de corrupción, de todo el dinero que han robado y de los crímenes que han cometido. Protege a Donald Trump de los tantos casos de acoso de sexual y violación de los que ha sido acusado por más de 25 mujeres a lo largo de los años; y protege a Evo Morales de las múltiples denuncias que se le han hecho por pedofilia, por violaciones a niñas, y del caso de estupro presentado por el gobierno contra Morales en 2020 por la relación indebida que tenía con una menor de edad. El poder permite a estos hombres todos sus abusos, les brinda impunidad, y lo hace bañándolos en reconocimiento, fama y admiración.
En palabras de Kant, “El disfrute del poder corrompe de manera inevitable el juicio de la razón y pervierte su libertad”. Es así que estos dos hombres, en su adicción al poder, han caído prisioneros a él, destinados a ser sus fieles servidores por el resto de sus vidas; alimentados por una ambición de tener más y más poder, pues si no lo tienen, no son nadie. Lejos de estar donde deberían estar, sentados en una celda por todos los crímenes que han cometido, ambos hombres siguen recorriendo sus países haciendo campaña política, siendo, en los ojos de millones de personas, los héroes salvadores que sus países necesitan. Presentándose como la voz del pueblo, uno por la izquierda y el otro por la derecha, Evo y Trump están decididos a volver a ser presidentes, sea como sea. Dos caras de la moneda del poder, la moneda más valiosa del mundo, una que le ofrece a quien la posee todas las libertades y privilegios que alguien podría desear.
Pero cuando esa moneda esté siendo disputada por un grupo de hombres privilegiados desde el balcón presidencial, la pelea será a costa del país, amenazando el bienestar de su democracia y de su gente. Y debido a que la pelea se realiza mediante un frágil sistema electoral que no es más que un glorificado concurso de popularidad, la moneda podría caer en cualquier dirección. Así que, para todos los que están abajo, cuidado con sus cabezas.