MACABRA SANTIDAD
por Ian Belzu. 22 de agosto, 2024 · Fotografía / Religión
Cuando tenía 13 años, durante una larga misa en una gran iglesia colonial, recuerdo haberme quedado observando por varios minutos una estatuilla de la virgen María que se encontraba al lado mío. Recuerdo haber pensado que era una imagen perturbadora, similar a aquellas imágenes que veía en las películas de terror que tanto me gustaba ver en ese entonces. Su rostro se veía demacrado, y transmitía un profundo sufrimiento, sus grandes y oscuros ojos dejaban caer un par de lágrimas y sus manos estaban manchadas con sangre. La imagen no me asustaba, pero me generaba cierta sensación de inquietud.
Me puse a observar el resto de las estatuillas que había en la iglesia, colocadas en los costados, a una gran altura del piso, todas mirando al centro; su disposición me hacía pensar que nos estaban vigilando desde arriba. Observándolas una por una, noté que había algo siniestro en muchas de ellas; mostraban sufrimiento, personajes crucificados y mutilados —otros, muertos— con rostros casi humanos pero con rasgos artificiales que los hacían aun más inquietantes. Sabía que no eran más que imágenes de yeso, pero sus miradas no me gustaban, su mera presencia me incomodaba.
Desde pequeños, se nos enseña a tenerle miedo a Dios, a inclinar nuestra cabeza ante su poder, a venerar los sacrificios de tantos mártires en su nombre y a sentirnos culpables por siquiera dudar de lo que se nos dice. ¿Acaso ese era el propósito de todas esas imágenes?, ¿generar miedo? Recuerdo que en aquella misa, luego de observar todas las estatuillas, le comenté a mi madre que el rostro de la virgen me parecía ‘feo’ y me hacía sentir incómodo. “Ian, no hables así, respeta” fue su respuesta. Fue entonces que entendí que dentro de una iglesia no podía comentar ni cuestionar lo que veía y oía, solo bajar la cabeza y recibirlo en silencio. Eso lo hacía aun más aterrador.
Esas tétricas estatuillas llenas de dolor y de sufrimiento eran una de las principales razones por las que quedarme solo en una iglesia me asustaba mucho más que quedarme solo en cualquier otro lugar. De todos los monstruos y fantasmas que veía en películas de terror, ninguno me asustaba tanto como la sangrienta estatua del cadáver de Jesucristo recostado en su tumba con la que me encontré en muchas iglesias. Ningún miedo se sentía tan real como el que sentía en las lóbregas iglesias a las que me llevaban de vez en cuando. Sentía en ellas un aire especial, uno lleno de misterio y de arte; un aire sagrado representado por las manifestaciones más macabras de su ominosa santidad.
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Deslizar a la izquierda para ver todas las imágenes. © Ian Belzu.