Mi ojo tiembla

por Madeleine I. Alvarado. 1 de agosto, 2024  ·  Reflexión

Este texto es la tercera parte de la colección Memorias. Lee los otros dos textos aquí.

Fotografía: Ian Belzu

Hace una semana mi párpado comenzó a temblar incesantemente, así como hace una liga elástica luego de liberar la tensión. “Estás muy estresada”, fue el guion distribuido entre las personas que ven mi ojo. ¿Será que mi situación de ansiosa empedernida está preocupando a mi entorno próximo casi sin querer?

Debo aclarar que mi párpado no solía temblar. La razón de esta anormalidad, creo yo, fue mi incapacidad para decir que no y, quizás también, mi gran capacidad de autocrítica. Ambas tienen una extraña relación simbiótica, una alimenta a la otra hasta que el párpado no resiste más. Entonces, entre no saber decir “no” y creer que siempre puedo mejorar en lo que hago, se crea un ambiente hostil dentro de mí, siempre acumulando actividades y tareas “porque puedo”.

Hago énfasis en “dentro de mí” porque a nivel exterior podría parecer una persona altamente productiva. Una persona que no para, que sabe lo que quiere y que la energía le sobra. Sabe a dónde ir y que en realidad solo construye el camino de su éxito. Aunque eso es lo más alejado de la realidad. Nunca tuve un camino.

Tristemente, este comportamiento/pensamiento ansioso no es solo mío; surge en las conversaciones con amigas, primas, conocidas. Una conversación profunda, con tantas preguntas y dudas existenciales que avanza sin saber cuál es el camino, pero avanza porque, ¡qué flojera parar! Algunos dirán que es el discurso apocalíptico que nos consume, yo sé que es mucho más complejo, es el discurso de “si nosotros pudimos, por qué tú no”.

Nos han enseñado que siempre se puede hacer mejor, pero cuál es el costo, cuánto es “mejor”. Nos dicen que la razón por la que no encontramos el camino es porque no sabemos buscar, tenemos que esforzarnos, buscar más actividades para llegar a la vara medidora de éxito, cada vez más alta y cada vez más idealista. Todo sin tomar en cuenta de que la vara es completamente diferente a la que se tuvo antes, completamente diferente entre todos.

Entonces llevamos encima el “solo se vive una vez”, “el mundo se acaba”, “haz lo que quieras”, “el éxito se trabaja”. ¿Qué hacemos con eso?

Yo decidí, ingenuamente, hacer caso a todo. Me queda la duda de cómo afrontan las demás personas estas ideas. ¿Qué puedo aprender y cómo puedo vivir con mi constante aceleración en la búsqueda de éxito?

Para finalizar, dejo de quejarme. Hay mucho para reflexionar y muy poco tiempo para hacerlo. Los días acaban rápido y las actividades se extienden cada vez más. Les aviso que estoy consciente de mi sobre exigencia, mi decisión de acumular actividades y de culpar al sistema de mi pesar. 

Hasta el momento de esta redacción, mi párpado sigue temblando, con menos frecuencia, pero repitiéndome el mismo mensaje: “Date la oportunidad de pausar un rato”. Sin embargo, mi cabeza sigue dando vueltas sobre mi incapacidad de pausar y descansar. Ahora, la duda es mucho más existencial de lo que pensé, porque, si es que paro, ¿dónde está mi valor?