Nuestra Señora del Caos

por Susane Centellas. 16 de julio, 2024  ·  Crónica

Texto publicado originalmente en el libro Crónicas Paceñas, presentado el año 2014 por la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés.

Existe en Sudamérica un valle que alberga una maraña compuesta por tres millones de hilos, atascados unos en otros. Acostumbrados al caos, los filamentos, día a día, inundan los senderos del enredo, provocando nuevos nudos. Sabiéndose libres de cualquier orden que uniforme sus acciones, las hebras pocas veces suelen alzar la voz en contra de lo desordenado e imposible de sus vidas. El problema, sin embargo, nace cuando nuevos hilos, desatados de sus correspondientes marañas, deciden emprender un viaje hacia las profundidades circulares de este caos llamado La Paz.

Crossing the border from Puno, Peru to La Paz, Bolivia: así titula la crónica de Jenn trotamundos—, quien narra su llegada a La Paz el 2 de septiembre de 2013 en el blog de viajeros Travels of Yum: Pressing pause on real life for 6 months: “Ya cerca de La Paz, tuvimos que cambiar de bus. Infortunadamente, Jason y yo éramos los últimos en abordar el segundo colectivo, de forma que, cuando entramos, ya no quedaban asientos. Nuestro guía se dio cuenta del problema y nos sacó. Luego, entabló una charla con la mujer que había recibido nuestros pasajes. Los dos guías del bus anterior nos aseguraron que la mujer nos otorgaría dos pasajes nuevos. Pensamos: ‘¡No puede estar pasándonos esto!’ […] Antes de que abordáramos el tercer colectivo, el guía nos instruyó: ‘Bájense en la estación de trenes que se encuentra a una hora de aquí. Asegúrense de fotografiar al bus, de forma que luego sepan cuál tomar para regresar’ ¿Escuchamos correctamente? ¿Tomar una foto al autobús? […] El nuevo bus estaba repleto. A mitad del viaje, una señora se sentó al lado mío y comenzó a hurgarme el bolsillo. Bienvenidos a Bolivia”.

Al fin enganchadas a la aguja correcta, las hebras forasteras divisan algunas hilachas que se desprenden del enredo paceño. Entonces el infierno circular de Dante se abre, develando sus senderos que se suceden como los pisos de un espiral, directo hacia el nudo nuclear de la maraña.

Kendra Downer —norteamericana— describe en su crónica Bolivia!, posteada en Travel Blog el 30 de diciembre de 2011, su descenso a La Paz: “Llegamos de noche. Fue realmente espectacular. La ciudad entera está construida en el fondo de un valle y nuestro hostal, aparentemente, se encuentra en el centro del hueco. Así que fuimos descendiendo y descendiendo, mientras las luces de las casas y los edificios nos iluminaban.”

…y solo así el hilo entra; directo al encuentro del puro caos: miles y miles de hilazas, de todos los colores y de todas las razas, entremezclándose, entrecruzándose, engarzándose. El textil se abre. La enorme telaraña despliega sus sensualidades, sus sonidos, sus olores, sus colores y formas, tentando a la hebra extranjera a unirse a la danza que celebra el exceso. La recién llegada suele caer en la trampa, pues siente en el cuerpo el vibrar de un pequeño gran universo, uno de esos que se ven una o dos veces en la vida.

“Y, de repente, nos dimos cuenta de que habíamos llegado a La Paz. Estábamos allí, dentro de aquella enorme y luminosa ciudad del caos que se abría de par en par para nosotros. La gente se acumulaba, caminaba frenéticamente por las aceras. Autos, cholitas (mujeres vestidas con trajes tradicionales), basura, negocios, etc.; todo dentro de un pequeño y fantástico bol” (Katherina Smyrko. Welcome to the jungle. Travel Blog. Nov. 8, 2010).

Ya dentro del liado tejido, el hilo recién llegado se da cuenta de que, en pos de sobrevivir, debe aprender a movilizarse por los senderos de mechilla que componen el enredo. La Paz no es un lienzo conformado solo por personas, sino también por costumbres, quilombos, mercados, mini-tiendas, mercancías, micros, minis y una larga lista de etcéteras. Cruzar sus caóticas calles y avenidas implican por ello, primero y antes que todo, saber a qué aguja ensartarse. La tarea no es fácil. De todos los colores, en todas las formas y, por sobre todo, decididas a movilizarse a desdén, las agujas circulan la ciudad de punta a canto, de villa en villa, del centro al sur, arrastrando a la hebra por los múltiples senderos de La Paz.

“Finalmente, llegamos a La Paz, la ciudad más poblada de Bolivia. Conducir hacia el hotel nos implicó hacer uso de nuestras mejores maniobras automovilísticas. Vueltas en U, un tráfico caótico y policías que registraban, con ojos de águila, la menor infracción; transitar por estas calles fue una verdadera aventura” (Adam_and_Mackenzie. Bolivia. Travel Blog. Feb. 12, 2013).

Aprender a “manejarse” en La Paz es difícil. Posiblemente en algún tiempo lejano, los minis y los micros fueron hilos subyugados al orden impuesto por el enredo citadino, mas, ahora, cada uno es una aguja independiente que teje según su antojo. Así, en conjunto, los colectivos, al transitar, crean su propio caos, un pequeño enredo en esta “maraña de marañas”.

Marcos —famoso trotamundos argentino, dueño de un blog para viajeros llamado Me fui a la goma— postea Tomando mate en La Paz en noviembre de 2010 y describe el tráfico paceño: “En La Paz el caos vehicular es impresionante. Busetas (como colectivos pero más chicos) que sirven del transporte público, con carteles improvisados en el parabrisas, circulan por toda la ciudad, subiendo y bajando pasajeros en cualquier lado […] Además, cada buseta cuenta con lo que se me ocurrió llamar su ‘gritón’ oficial. El gritón vocifera desde la ventanilla los destinos a los que el transporte se dirige. Cuando dos o tres busetas se quedan atascadas en el tráfico, estos gritones actuando en estéreo, sumados al incesante sonido de las bocinas. Pareciera que los bolivianos tienen una mano adherida a la bocina el 99% del tiempo que están arriba del auto, sobre todo los paceños; llevan la contaminación auditiva a niveles insospechados”.

Y así como el mundo se le abre al recién nacido cuando éste despierta a su cuerpo, cuando lo alza y le da a sus piernas la orden de dar los primeros pasos, la hebra que aprende a qué aguja ensartarse y cómo hacerlo puede comenzar a desplazarse por otros mini-enredos que componen a la ciudad paceña. El mayor de ellos, el que exige más habilidad por su espesura, el que atrae más por su naturaleza surrealista, es el mercado.

Adam_and_Mackenzie, los viajeros norteamericanos que el 12 de febrero de 2013 arriban a La Paz, visitan los mercados paceños: “Fuimos a la caótica área comercial de La Paz. Cuando llegamos ahí, vimos cómo un par de sacerdotes bendecían un conjunto de autos. Cuando llegamos al centro del mercado nos dimos cuenta de que ahí se podía comprar absolutamente todo. Para nuestra sorpresa, el mercado se encontraba bastante organizado en sectores de ropa, de electrónica, de comida, de hardware, de camping, de artículos domésticos, de implementos para turistas, de instrumentos musicales, etc.”.

La comunidad de hebras extranjeras concuerda en pensar a La Paz como un enorme mercado. Ellas consideran que este mini-entuerto devela la lógica mediante la cual el tejido urbano se hace: ese continuo entrecruce de hilos que, de una forma u otra, siempre terminan atascándose unos en otros, provocando la creación de una enorme bola de mechas que cada día crece más, como los liosos nidos de cables que pueblan los bordes superiores de los postes de electricidad.

“Aquí en La Paz es diferente: ¡Caos! ¡Locura! ¡Multitudes! La ciudad entera es un mercado”: afirman Irene_and_Bruno —pareja de viajeros— en su crónica Oh linda La Paz, posteada en Travel Blog el primero de octubre de 2006. Ambos describen su primera impresión de La Paz: “Llegamos un fin de semana y el centro paceño estaba lleno de stands y tiendas. Por donde alzáramos la vista, había vendedores que yacían sentados en pleno camino, con su mercancía esparcida en plena acera. Ellos se ubicaban en el suelo o en unas tiendas improvisadas situadas al medio de la calle. Había mucha gente por todos los lados y muchos objetos a la vista y a la venta. Acá se encuentra de todo: comida, cosméticos, ropa, herramientas, objetos electrónicos (DVD’s de todas las marcas, reproductores MP3, pantallas LSD, etc.)”.

Es cierto, el lienzo paceño es hermoso. Su textura, sus contornos, sus colores, sus puntos conforman diversos relatos visuales que satisfacen al lector surrealista más escéptico. Su belleza, sin embargo, como el resto de los objetos bellos, posee una naturaleza doble. Las hebras forasteras lo saben, pues de cuando en cuando avistan los nueve ojos de una araña al fondo de uno de los pasadizos que transitan. Mas, estos hilos son de los que “vienen y se van”: los trotamundos que se entretejen con las hebras paceñas un tiempo, para luego desatarse y aventurarse en otra maraña latinoamericana. Son las otras hebras, las que por alguna razón deciden anclarse en la ciudad —en algún hotel en la Sagárnaga, en Sopocachi o en la Zona Sur—, las que comienzan a enterarse por qué este enredo citadino se ve “desde arriba” como un enorme y tenebroso hueco.

Ben_and_Nastassia —pareja canadiense— narra en su post Wild La Paz, fechado el 12 de mayo de 2007 en Travel Blog, la latencia de un “azar negro” en la ciudad: “Cada día una guerra se libra en estas calles. Un día, mientras transitaba por La Paz, mi mini se detuvo a causa de un grupo de protestantes que bloqueaban la avenida principal. Asustado, me quedé en el auto. Diez minutos después, escuché unos petardos que explotaban cerca de mí. Decidí, de inmediato, bajar. Segundos después supe que había tomado la decisión correcta, pues vi cómo el minibús se perdía entre un gentío enfurecido y el humo de unos gases lacrimógenos que los policías acababan de lanzar”.

Hay días en que la maraña urbana se enreda más. Las hebras paceñas están acostumbradas a este movimiento, por lo que, días antes, suelen deslizarse hacia las profundidades de la maraña, hacia esos matorrales laberínticos que prometen protegerlos. Cuando el caos progresa, salir, desplazarse siquiera por los alrededores de esos “nudos en crecimiento” está fuera de discusión. Los hilos nuevos, sin embargo, desconocedores de dicha estrategia, se arrojan al peligro. A ellos, a quienes habitan la maraña desde apenas unos cuantos meses, La Paz los pesca desprevenidos en una de sus esquinas y los arrastra directo a los azares de uno de sus varios abismos.

How Safe Is La Paz, Bolivia?, se pregunta Runawaybrit un 9 de noviembre de 2011, en su blog Tales of a girl on the run. Ella cuenta: “Debo admitir que, antes de venir a Sudamérica, estaba nerviosa. Este continente tiene una reputación marcada por la droga, los asaltos y la violencia: cualquiera que haya transitado estas tierras te contará alguna experiencia negativa […] En ningún lugar esto es más cierto que en La Paz, Bolivia. La Paz tiene su reputación. El tiempo que estuve allá, me alojé con dos muchachas, ambas poseedoras de dos terribles historias. La primera tomó un taxi que se encontraba parado cerca de la puerta de un hostal muy conocido en la ciudad. El hostal era vigilado las 24 horas y los taxis que se encontraban afuera siempre estaban listos para recoger a aquellos que salían de los bares y clubes adyacentes. Ella tomó un taxi sola, después de que el resto de sus amigos abordasen dos taxis en dirección a un club popular. El taxi la llevó por las montañas hacia un área remota y paró. El chofer le demandó 500 Bs. Ella se los entregó, para después insistirle en que la llevase de vuelta al hostal. Si ella se rehusaba o no tenía el dinero, su historia pudo haber terminado mal”.

“Bolivia es un país peligroso”, afirma Dan Ashman —viajero de nacionalidad desconocida— en su post Crazy people, posteado el 22 de mayo de 2013 en el blog Is Bolivia safe for americans anymore? Relata: “Unas semanas atrás, estaba sentado en el asiento frontal de un bus cuando un limpiaparabrisas comenzó a lavar los vidrios del vehículo, sin permiso del conductor. Luego, demandó dinero, pero el chofer se rehusó a pagar. El limpiaparabrisas, entonces, le dijo: ‘Te conozco, ten cuidado’; a lo que el conductor respondió: ‘Lárgate de aquí’. El tipo se alejó del bus, se fue a la acera, tomó una piedra y se acercó a la ventanilla del chofer. No vi más, pues abandoné de inmediato el vehículo”.

“Es más fácil robar aquí porque hay mucha gente y muy poco control policial”, asegura Eleonora_Grey —inglesa— quien sufre dos robos en La Paz: “Nos robaron dos veces. La primera vez ocurrió cuando nos detuvimos por una hora en una calle cerca de la Sagárnaga y alguien sacó la billetera de mi bolsillo. La segunda vez fue cerca de la plaza Murillo. Estrenaba un bolso que había comprado en Copacabana cuando, mientras subía al automóvil, alguien me lo jaló. Quise perseguirlo, pero me detuve. Es imposible encontrar a alguien en esta marea de gente” (Today in La Paz. Travel Blog. Feb. 3, 2009).

Siempre el caos paceño imita la forma de una telaraña. Visto de lejos puede proyectar cierto orden, cierta belleza, pero de cerca devela pequeños conjuntos de nudos, sectores nacidos del entretejido de miles y miles de pegajosos filamentos. Estas pequeñas secciones son altamente peligrosas, pues la mosca infortunada que calcula mal y se acerca demasiado se engancha para siempre. El tejido paceño está conformado por estos nudos, secciones menos pero también por “claros”, secciones caóticas. Las hebras extranjeras que residen en La Paz declaran que frente al nudo gordiano que es el centro paceño, la Zona Sur, San Miguel, es ese lugar, ese espacio donde el tejido es menos denso, más seguro.

TheSmithsonians —grupo de viajeros norteamericanos— relatan en su crónica Living in Bolivia, subida a Travel Blog el 3 de octubre de 2010, su “descubrimiento”: “Los australianos nos indicaron un buen pub ubicado en la zona sur de la ciudad. Seguimos sus indicaciones y, una hora después, llegamos al lugar. Para nuestra mala suerte, el pub estaba cerrado y, como nos aseguró una vecina del lugar, no abriría sino hasta dentro de dos horas. Sin nada que hacer, decidimos dar unas vueltas por el lugar. Mientras recorríamos el barrio, Rosco, (proveniente de New Jersey) no pudo evitar comparar al lugar con Montclair. Él nos contó que, antes, Montclair era así: casas blancas y edificios de vidrio, carreteras amplias, calles organizadas y limpias. Nos quedamos más de lo debido dando vueltas. Nos agradó caminar (¡al fin!) por aceras que no estaban llenas de gente, ruido y… cosas”.

El hilo extranjero se distiende en San Miguel. Lejos de los jaloneos, empujones, presiones y sobresaltos del caótico centro paceño, estas hebras se extienden a su antojo en las planicies menos caóticas de la Zona Sur. Es posible que su cambio de ánimo se deba al parecido que guarda este barrio, esta mini-maraña, con esos modernos enredos de cemento, vidrio y acero (madejas de las cuales estos hilos forasteros se descuelgan). Pues, venidos desde las áreas metropolitanas y suburbanas de Estados Unidos, de los cafés bohemios y catedrales barrocas francesas, de los pueblos tranquilos de Canadá, del ambiente europeo de Alemania, estas hilachas extranjeras encuentran en San Miguel un lugar donde se puede fingir y decir: “Estoy en casa”.

It’s Safe es el nombre del post de Anonymous en Is Bolivia safe for americans anymore?, posteado el 22 de octubre de 2013. El visitante anónimo aconseja a los viajeros: “Sólo quédense en el acaudalado distrito sur de La Paz y estarán bien. Posiblemente, te guste más que U.S.A. Probablemente, tendrás tu propia sirvienta y un montón de mercancías provenientes de U.S.A. a precios más baratos”.

Bref_Sarah —pareja viajera que reside en La Paz desde el año 2007— declara en su crónica La Paz: It’s high!, posteada en Travel Blog el 6 de junio de 2011: “En la Zona Sur encuentras una variedad de lugares que poseen un aire norteamericano; incluso hay por acá un mall construido “a lo norteamericano”, con un servicio las 24 horas y productos exportados directamente de allá. Por la noche, se abren todo tipo de restaurantes, bares y varios lounges cool […] Usualmente me encuentro con mi amigo Nacho en un café de por allá, antes de regresar a la realidad del centro”.

MarcoPolo —argentino residente de La Paz desde hace 2 años— empatiza con ellos: “San Miguel es como una Europa pequeña y segura. Esta zona es tranquila. Cuando llegué me hospedé en la casa, ubicada en la Zona Sur, de un amigo que me permitió quedarme a vivir con su familia. Todo es tranquilo desde entonces. Hay muchos restaurants por acá y varios bares y discos. Cada día despierto y actualizo mi blog, respondo mis llamadas, me encuentro en cafés con amigos, veo películas por la tarde y regreso a la casa de Mario. Su familia es muy amable conmigo, así que no he tenido problemas con ninguno de ellos. Usualmente, la familia de Mario no “sube” al centro de la ciudad, almuerzan o compran sus víveres por acá. ‘No hay necesidad de subir’, me dicen” (Bolivia! Travel Blog. Sept. 22, 2012).

Ensartadas en enormes agujas amarillas, las hebras foráneas se desplazan de aquí para allá por San Miguel, libres y tranquilas, sin percibir la cercanía de peligro alguno. Sin embargo, curiosamente, al no ser víctimas del “azar negro”, de esas “malas bromas del destino”, las hilachas no tejen igual: imprimen menos fuerza en sus escritos que se acortan cada vez más hasta convertirse en brevísimos apuntes.

En 5 reasons not to skip La Paz, Emanuella Grinberg —reportera norteamericana de CNN— describe por qué el trotamundos debería incluir a La Paz en su lista de Países a visitar: “Es fácil decir que la ciudad más grande de Bolivia es otra metrópolis latinoamericana congestionada y caótica más. Mientras más viajeros. internacionales llegan a Bolivia por su biodiversidad (los Andes, el Amazonas y el Salar de Uyuni), La Paz se perfila como una de las entradas al país más preferidas por los extranjeros por su peculiaridad […] Mirada de cerca, esta ciudad revela inesperadas sorpresas que no se encuentran registradas en ninguna guía para turistas”.

El caos siempre dice más que el orden. Cuna de lo imprevisto, en ella el hombre halla el nicho de lo que cree imposible. La hilacha que viaja el mundo, en busca de una experiencia mística o sobrenatural lo intuye, y por ello decide abandonar el Sur e internarse voluntariamente en los pasajes más abismales de La Paz. Es lo que exacerba, pues, lo que alarma, aquello que busca el foráneo, la razón por la cual escoge a esta maraña y la causa por la cual se lanza a sus peligrosos nudos.

Crystal_89 —trotamundos canadiense— relata en su crónica sin nombre posteada el 4 de julio de 2010 en Travel Blog: “La Catedral y la Plaza Murillo, donde se encuentra el Palacio Presidencial, impresionan a la vista —en especial por su apariencia prístina— pero lo que es más interesante es la asidua presencia de un gran grupo de policías armados y numerosos periodistas. Más temprano, atestiguamos una marcha de mineros en el Prado y cómo el Presidente Evo Morales abandonó el Palacio en un auto, acompañado por una larga escolta de carros oficiales. Hubieron algunos disparos, pero nada grave”.

Samantha —canadiense— concuerda con Travelling Fraggles: “La Paz es una ciudad que tiene dos aspectos a su favor. El primero es que sus restaurantes ofrecen una gran variedad de comida suculenta. Definitivamente, aquí disfrutamos una de las mejores cenas de todo nuestro viaje (¡y fue en un mercado!) En segundo lugar están sus panoramas. Nada se compara a ver la ciudad de noche. Amo su caos, la gente, los olores, las imágenes. Simplemente, todo acá es increíble” (La Paz! Travel Blog. May. 2, 2011).

Incapaces de competir con los atractivos nudos de los diferentes barrios de La Paz, los “claros” del sur se convierten en “lugares de paso”.

Jhonson_The Witcher —italiano residente de La Paz desde hace 5 años— finaliza su crónica Into the wild, subida el 14 de marzo de 2013 a Travel Blog, realizando un apunte interesante: “Lo más decepcionante de esta ciudad es la cantidad de gringos que se ven por la Zona Sur. Por lo barato y cómodo que es, esta área atrae a un montón de turistas jóvenes. Así, en los cafés de esta zona no paras de sumergirte en marejadas de humo, despedido por los cigarros que se gastan los gringos y otros turistas promedio. Siempre maldicen y hablan gritando, mientras uno trata de tomarse un café. ¡Buena gente! Yo prefiero quedarme en mi cuarto en Sopocachi”.

Las ciudades que se enredan más, dicen más. Carlos Monsiváis desentrama, con talento de Parca, el caos azaroso que caracteriza al México D.F. contemporáneo: “Divino enredo que suena, que sabe, que palpita, que molesta, esta ciudad es una de esas que despierta los cuerpos de los que la habitan, de los que la visitan y la leen”. El enredo paceño provoca lo mismo, un despertar de los sentidos que se excitan al transitar sus calles atiborradas de todo. Es que el caos es un tejido que siempre cuenta algo, una novela que provoca leerla un enorme y peligroso atractor.

“La Paz posee diferentes facetas, las suficientes como para hacerme feliz por mucho tiempo. Ya debo volver, pero existen aún lugares que me gustaría visitar. Más que todo es por cómo es esta ciudad, siento que la quiero hacer mía, hacerme familiar a su ritmo y a su ruido; encontrar mi tarde perfecta en un café o tener una charla con un periodiquero. Extendí mi estadía por un par de días, pero quiero más. La Paz es mi droga y yo la adicta” (Katy. My La Paz Addiction. Starry Eyed Travels. Ago. 18, 2011).

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