Retrato en sangre

por Ian Belzu. 13 de agosto, 2024  ·  Política / Arte

Retrato de Carlos III, 2024. © Jonathan Yeo Studio

“Yes, you’ve got him”.

Esas fueron las palabras de la reina Camila al ver por primera vez el retrato oficial de su esposo, el rey Carlos III. Pintado por el artista inglés Jonathan Yeo sobre un enorme lienzo de 200 × 260 cm, el retrato fue presentado en mayo de este año, acompañado de una recepción dividida, recibiendo tantos halagos como críticas y burlas. Y es que el estilo que Yeo ha utilizado rompe completamente con la tradición de los retratos de la realeza británica, los cuales suelen responder a un estilo clásico de pintura que lleva realizándose desde hace siglos. La pieza de Yeo presenta (por lo menos en el contexto del arte real inglés) una propuesta atrevida y diferente, y sea por sus méritos artísticos o por las connotaciones simbólicas que arrastra, es una pieza que nos permite discutir y entender mejor al hombre retratado en ese lienzo, a la monarquía británica y a todo lo que dicha institución significa hoy en día.

Yeo señala, halagando al rey, que el retrato “refleja exactamente quién es, todo lo que representa y todo por lo que ha pasado”. Y debo admitir que, dejando de lado el halago, no puedo evitar pensar que el artista tiene razón.

Los retratos de la monarquía inglesa son una tradición que tiene sus orígenes a finales del siglo XV, cuando el rey Enrique VII comisionó a un desconocido artista holandés un retrato realista que capture su imagen para la posteridad. Esta tradición se ha mantenido hasta el día de hoy, representando pictóricamente en un estilo clásico a todos los reyes, reinas y demás miembros de la familia real. Con los años, estos retratos han servido un rol que va más allá de capturar la imagen de una persona; se han vuelto piezas fundamentales en la mistificación de la monarquía, reforzando la idea de que los reyes son seres superiores que han sido otorgados un derecho divino para reinar sobre sus tierras. Los retratos de la realeza no son representaciones de seres humanos, son manifestaciones de figuras místicas dignas de ser admiradas y veneradas por sus súbditos.

Retrato de Enrique VII por un artista desconocido. © London National Portrait Gallery

Y aunque la idea de que la monarquía y los miembros de la familia real son seres superiores escogidos por Dios ha ido quedando atrás con el paso del tiempo, la veneración y admiración que la gente les tiene ha persistido. El retrato del rey cuelga en la pared, y junto a él, una pintura de Jesucristo. Esto es así en los palacios y en las iglesias de la monarquía, pero también en muchos hogares ingleses a lo largo de los siglos. Ambos personajes son más grandes y más importantes que una persona común y corriente. Porque no de cualquier persona se pinta un retrato que se cuelga en la pared junto a Jesús, no cualquier persona tiene su rostro en las monedas con las que todos los días la gente compra su pan. Un retrato es un símbolo de poder. Representa la autoridad de un monarca, ya sea verídica y venga acompañada con poder político, como lo fue hasta el siglo XVII, o meramente simbólica, como es el caso en la actualidad. Es en esa falsa autoridad donde recae el imaginario pictórico de la realeza británica, que ha sido empleado casi como propaganda política para recordar a todo el mundo que el rey aún es relevante, que aún es una figura poderosa, y que la existencia de la monarquía sigue estando ameritada. Todas, al igual que la autoridad de Carlos III, completamente falsas.

En un mundo en el cual el respeto y el apoyo de los ciudadanos británicos a la monarquía está en constante disminución, con un 80% de apoyo entre personas mayores de 65 años, mientras que el número se reduce a un 37% entre personas de 18 a 24 años (Statista, agosto de 2023); la corona británica mira al horizonte, en un futuro no tan lejano, y sabe que se acerca un momento difícil en su historia, un momento en el cual la mayoría de la población de la que se considera soberana deje de reconocer su relevancia y su derecho de existir. La monarquía se enfrenta a una inevitable crisis de legitimación y reconocimiento, y recibe cada vez más rechazo por parte de las nuevas generaciones. El porqué resulta más que evidente para cualquier persona que sepa lo más mínimo de lo que hay detrás de la monarquía y de su complicada historia. Y debo admitir que no siento ni un poco de simpatía por ellos.

Porque aunque aparenten elegancia y clase escondiéndose detrás de su costosa vestimenta, de grandes coronas y brillantes joyas, la monarquía es una desagradable institución corrompida desde sus raíces por el racismo y el clasismo de la aristocracia, los cuales han sido heredados por siglos, manteniéndose vigentes como tradiciones familiares. Las razones para odiar a la monarquía son extensas, empezando por el escándalo que vio al príncipe Andrés de York vinculado a la red de tráfico sexual de menores de Jeffrey Epstein; pasando por la exorbitante fortuna de la familia real, que recibe más de 120 millones de libras por parte del estado británico y del ducado de Lancaster cada año; y como se descubrió en documentos filtrados el año 2017, parte de la cual había sido invertida por la reina Isabel II en paraísos fiscales en las Islas Caimán y las Bermudas para evitar pagar impuestos (al mismo estado que le regala la mayor parte de su dinero).

Sin entrar en muchos detalles, también creo que es importante recordar las atrocidades perpetradas por la corona real a lo largo de la historia. Desde las masacres y hambrunas de la era isabelina; la larga historia de explotación y opresión colonial que provocó el desplazamiento de comunidades, la eliminación cultural y la muerte de pueblos indígenas en territorios como Australia, Canadá, Nueva Zelanda y el Caribe; la guerra de los Bóers a finales del siglo XIX, la cual involucró el uso de campos de concentración donde murieron miles de civiles sudafricanos; la partición de la India en 1947 que desembocó en un millón de muertes y el desplazamiento de alrededor de 15 millones de personas; el levantamiento Mau Mau en Kenia a mediados del siglo XX, que fue recibido con una represión británica que implicó detenciones masivas y el establecimiento de campos de concentración donde se perpetraron torturas generalizadas y asesinatos contra miles de civiles indígenas; además, no podemos olvidar el importante rol que tuvo la monarquía británica en el comercio transatlántico de esclavos, siendo una de las principales instituciones que esclavizaron a millones de africanos y los transportaron a las Américas en condiciones brutales, beneficiándose económicamente de esta actividad por cientos de años.

Soldados británicos detienen a hombres de una aldea en Nairobi antes de llevarlos a los campos de concentración construidos tras el levantamiento Mau Mau, Kenia 1953. Fotografía: The Independent

Las masacres y los abusos realizados por todo el mundo en nombre de la realeza británica significan una mancha indeleble en su historia, la cual, por cierto, nunca pareció molestarles. A pesar que ya desde hace décadas, centenares de las familias y comunidades afectadas por las atrocidades cometidas por la corona real han estado exigiendo justicia y pidiendo reparaciones económicas, no ha habido respuesta alguna por parte de la monarquía británica. Es más, las compensaciones que sí se han dado, que equivalen a los miles de millones de libras, han sido para aquellos que perdieron sus propiedades cuando se abolió la esclavitud en 1833, es decir, para los dueños de esclavos, cuya “propiedad” se refiere a los seres humanos que tenían en esclavitud. Y al día de hoy, la monarquía británica se ha negado a ofrecer siquiera una disculpa por todos los abusos que ha perpetrados por siglos alrededor de todo el mundo. Así, no es muy difícil entender el desprecio y rechazo que sienten las nuevas generaciones por aquellos “dignos” de ser parte de la realeza.

Es aquí donde el retrato del rey Carlos III entra a la conversación, pues, una vez que se entiende la reputación que actualmente tiene la monarquía, principalmente entre la juventud británica, y la crisis de legitimación que ésta está provocando para la familia real, se hace más evidente el porqué detrás de un retrato tan llamativo y fuera de lo común como el que recientemente presentó el rey. Y es que su atrevido estilo, además de provocar las usuales burlas que un retrato del rey provocaría, también generó muchos halagos, sobre todo de personas jóvenes que, de no ser por la controversia que generó el retrato, no estarían en lo absoluto interesadas en opinar sobre el retrato oficial de Carlos III y de discutir sobre los gustos artísticos de la familia real. En redes sociales, en discusiones sobre el retrato, uno se encuentra con muchos comentarios con mensajes con un sentimiento similar a: “no me interesa para nada la monarquía, pero esto me gusta”.

La expresividad y experimentación de la obra pintada por Yeo ha generado muchos simpatizantes y personas atraídas por la apariencia de progresismo y modernidad del retrato, que por inercia, termina reflejándose en la percepción que estas personas tienen hacia la monarquía. Y por más que se trate de sencillos comentarios señalando que les gusta el estilo del retrato, no debemos olvidar el poder de la propaganda. Porque el retrato del Carlos III es justamente eso, propaganda política que tiene una clara intención, tal como todos los retratos de todos los anteriores monarcas británicos, lo que busca es presentar una imagen y una idea de lo que es esa persona, con la intención de controlar la percepción que gente tiene de él. Y parece que, apelando correctamente a la época y al público al que tenía que apuntar, una vez más, la corona británica se ha salido con la suya.

El retrato en sí no ofrece mucho para analizar. En él toma primer plano Carlos III, vestido con un uniforme de la guardia galesa lleno de condecoraciones, el rey está de pie y reposa sus manos sobre una espada. Están los usuales elementos de un retrato real, el uniforme, las condecoraciones y la espada, símbolos de poder puestos ahí para recordarnos de la autoridad del rey, aunque sea una autoridad meramente simbólica. Lo que diferencia a este retrato del resto es la presencia de una pequeña mariposa que se posa encima del hombro derecho del rey, y evidentemente, la fuerte presencia del color rojo en todo el cuadro.

El retrato del rey durante su presentación en el Palacio de Buckingham. Fotografía: Aaron Chown

La mariposa, según Yeo, representa el renacimiento, el surgimiento de un nuevo monarca después del largo reinado de Isabel II, además de las posturas ambientales del rey; ambos significados comparten el mismo propósito, apelar a una imagen renovada y actualizada de la monarquía, los cuales, tal como la mariposa, no son más que símbolos vacíos que aparentan ser más de lo que realmente son. Pero el elemento más destacado de la pieza es el potente rojo que inunda el retrato, robándole protagonismo al propio rey y dejándolo en un segundo plano. La motivación del artista de darle tanta presencia a un color tan fuerte como el rojo es un misterio, y más allá de la simple razón de que el rojo es uno de los colores más llamativos que existen, pues apela a nuestro sentido de peligro y de urgencia, creo que es seguro asumir que no tiene un significado intencional, pues de lo contrario, creo que el artista lo habría mencionado. Así es el retrato de Carlos III, una pieza atrevida desde el aspecto estético, sin embargo, poco interesante en lo que transmite y connota.

Y es en la profundidad de ese color rojo es donde se esconde, irónicamente, la pesada historia de la monarquía británica. El intenso rojo que parece desplazar al rey sirve como la perfecta representación de toda la sangre derramada en nombre de la corona. En ese retrato está presente la sangre de las millones de personas que murieron a manos de alguien que se escondía detrás de un elegante uniforme, tal como el que el rey lleva puesto. Con la espada en mano y la mirada de un rey orgulloso, Carlos III carga con la responsabilidad de siglos de masacres y atrocidades de los que ahora él, siendo la cabeza de la monarquía, es responsable. La sangre de todos los seres humanos que padecieron y sufrieron en nombre de los reyes y reinas del Reino Unido está plasmada en la pieza pintada por Jonathan Yeo, y aunque esa no haya sido la intención del artista, creo que ha logrado una hermosa representación de la brutal historia de la monarquía británica; y lo que es más importante, le ha dado a todos los muertos, ya que a la corona no le interesa hacerlo, una manera de hacerse visible y de recordarle al mundo entero que la historia de la familia real y la del Reino Unido, al igual que todas sus riquezas y tesoros, no existiría sin la sangre que todos ellos han derramado, dando sus vidas por una causa que nunca estuvo, y nunca estará, justificada.

Y es esa sangre, son todas esas personas asesinadas y torturadas en nombre de aquellos privilegiados supuestamente elegidos por Dios, la cual invade el retrato de un nuevo rey, uno cuyo reinado será corto e insignificante, y lo cubre por completo, borrando su uniforme, todas las condecoraciones que no representan mérito alguno y su espada, borrando los vestigios de una reliquia de institución cuya mera existencia está siendo amenazada y debatida cada día. En ese retrato se ve a un rey que parece desvanecerse, un rey que está cerca de desaparecer por completo. Y su rostro, ignorante a la situación en la que se encuentra, demuestra tranquilidad, en ella se ve a alguien que está disfrutando su corto momento como monarca, siguiendo con la tradición real de aprovechar el privilegio con el que ha nacido sin preocuparse por nada más que su prestigio y fama.

El periodista irlandés Patrick Freyne, en un artículo publicado el año 2021, menciona de la monarquía británica:

Tenerla al lado es un poco como tener un vecino al que realmente le gustan los payasos, que ha pintado su casa con murales de payasos, exhibe muñecos de payasos en cada ventana y tiene un deseo insaciable de escuchar y discutir noticias relacionadas con los payasos. Más específicamente, para los irlandeses, es como tener un vecino al que le gustan mucho los payasos, sabiendo que tu abuelo fue asesinado por un payaso.

La monarquía británica es una institución que debería dejar de existir. Su poder simbólico y ceremonial ha perdido todo valor, y a pesar de todos los intentos que realicen para mantenerse relevantes, justificar su existencia y todo el dinero que reciben por parte del estado simplemente por existir, se hace cada día más difícil. Y aún así, resulta irreal pensar que la monarquía británica vaya a desaparecer en un futuro cercano, o incluso en uno lejano, y es por eso que lo mínimo que uno debería esperar es que asuman responsabilidad por todos los abusos y violaciones de derechos humanos que realizaron en su historia, pero considerando que su realeza y su prestigio no les permite la cortesía de ofrecer ni una disculpa, no debería sorprendernos que el mejor esfuerzo que pueden hacer para limpiar su imagen y parecer una monarquía renacida sea un retrato excéntrico y una mariposa sobre el hombro del rey.

Lo que sí es innegable es que tanto la reina como el artista tenían razón. “You’ve got him!”. El retrato de Yeo, efectivamente, refleja exactamente quién es Carlos III, todo lo que el rey y la monarquía representan y todo por lo que han pasado.