Sola

por Ian Belzu. 29 de agosto, 2024  ·  Relato personal

Siempre estuve sola. Siempre fuimos solo mis pensamientos y yo, luego se nos unió una bonita gata blanquinegra que cada día se es más gris. Viví por años en una casa llena de gente, la cual me hacía sentir aún más sola. Nunca los quise realmente y ellos tampoco me quisieron, con la que se enamoraron fue con la gata. Debo admitir que eso me ponía un poco celosa. Pero nunca quise su cariño, nunca necesité su compañía, siempre pude arreglármelas yo sola. Como en el colegio… y en las prácticas de fútbol, y en la universidad, y en el trabajo.

Nunca fui buena hablando, he maldecido a todos los dioses que se me han cruzado en el camino por ello y su silencio me convenció que a ellos tampoco los necesitaba. Pasan muchas cosas en mi cabeza, pensamientos e ideas que anhelan profundamente llegar al mundo exterior, pero el camino que toman desde mi cerebro hasta mi boca debe estar lleno de baches, de obstáculos y de policías mal entretenidos que las intimidan, porque cuando llegan a destino, son una mierda. Nunca pude hacer muchos amigos, pero tampoco quise hacerlos. No los necesitaba. Igual que toda la gente que vivía en mi casa. O mejor dicho, su casa, porque mía no era. Ansiaba el día en el que pudiera salir de allí. Cargada como ekeko con toda mi ropa y con mi gata en brazos, me iría lejos y nunca volvería. Quería estar sola. Por fin podría ser feliz.

Hasta que un día, me tocó estar realmente sola. Tal como lo imaginé, cargada como ekeko y con una gata asustada en mis brazos, me fui de esa casa… Bueno, casi tal como lo imaginé, la única diferencia es que en mis visiones (que por cierto, tenían un soundtrack fabuloso), no habían lágrimas sino sonrisas, y la vergüenza se sentía más como orgullo. “Si vas a portarte así, mejor ni vuelvas”. Esas palabras fueron el impulso final que necesitaba, fue gracias a ellas que hice lo que hace tantísimo tiempo quería hacer. Pero recién un par de días después se sintió su efecto y empezaron a doler. Ahora sí estaba sola. Y recién cuando tuve lo que tanto quería es que me di cuenta que no soy tan fuerte como creía.

Una gata que vivió toda su vida entre jardines, trepando techos y árboles ahora encerrada en un departamento. Me sentía culpable por haberle quitado su casa, porque si de alguien era esa casa, era suya. Pero lo afrontó con gracia, tardó unos cuantos días en acostumbrarse y ahora la veo feliz y tranquila. Ella me da fuerza. Cuando no está durmiendo, le gusta acercarse a la ventana y observar a la gente y a los autos pasar. De vez en cuando se cruza un pajarito que la hace tensarse y chirriar. Me gusta sentarme a su lado y mirar. A veces me siento como Jeff, el personaje de James Stewart en Rear Window, como una fisgona curiosa que no tiene nada mejor que hacer que observar a las personas vivir sus vidas. A veces me siento como una vigilante oculta, esperando a que suceda algo en la calle o que alguien haga algo malo para que yo pueda bajar corriendo a salvar el día, una fantasía inocente que a veces me divierte mucho. A veces me siento triste, porque ellos están afuera, acompañados y divirtiéndose, y yo estoy aquí, encerrada y sola, junto a una gata que también está encerrada y sola.

Pero esto era lo que quería, estar sola. ¿Verdad…? ¿Era realmente esto lo que quería? Es la ironía de la soledad, una se siente libre y atrapada al mismo tiempo. Se siente poderosa y frágil; se siente valiente y cobarde. O por lo menos así me siento yo. Descubrí que no era inquebrantable y que mi corazón no estaba hecho de piedra, como tantas veces me lo habían dicho. Descubrí que estar sola no solo significaba tranquilidad, pero también melancolía, y flojera, y aburrimiento. Las ganas que tenía de comer lo que quisiera cuando quisiera y de aprender a cocinar nuevas cosas rápidamente desaparecieron, porque tardo mucho en preparar la comida, porque seguir recetas simplemente no se me da, porque limpiar todo el desastre es exhaustivo, y porque no tengo con quien compartir lo que cociné. Viviendo sola me di cuenta que lo que más disfrutaba de cocinar era compartirlo con alguien más, y por desgracia, como no tardé en descubrir, a mi gata no le gusta mi comida.

La monótona rutina a veces se hace difícil de sobrellevar. Contar solo con tus pensamientos para entretenerte se puede volver complicado, sobre todo si tienes un cerebro traicionero como el mío, capaz de encontrar en cualquier momento una manera de recordarte de todo aquello en lo que no quieres pensar. Es por eso que en mi pequeño departamento casi siempre hay música, la necesito para distraer pensamientos entrometidos. Trabajo, me ejercito, cocino y leo todos los días…, o por lo menos eso es lo que está anotado en la lista de cosas por hacer que tengo en las notas de mi celular. Intento hacer todo todos los días, pero a veces me cuesta ser productiva. Resulta que estar sola viene con muchos altibajos, y a veces con más bajos que altos.

Pero no estoy realmente sola, y creo que mi gata se ofendería si leyera esto por la cantidad de veces que uso la palabra “sola”. Tengo su compañía y ella tiene la mía. Y aunque ambas disfrutamos estar solas, estamos bien acompañadas en nuestra soledad. Uno de los pocos momentos en los que más parece disfrutar mi cercanía es cuando nos sentamos juntas a mirar por la ventana. Pongo un disco que me guste (y a veces uno que le guste a ella) y observamos. Una de las cosas que más me gusta de vivir en un departamento es que tengo una buena vista, a la distancia se ven las luces del centro paceño y en el horizonte la silueta de los edificios y las antenas de El Alto. Si uno mira atentamente, se pueden ver las cabinas del Teleférico Plateado que atraviesan la ciudad. Es un bonito paisaje, sobre todo cuando está atardeciendo. A veces hay nubes, a veces está completamente despejado; a veces hay amarillos, rojos y naranjas, a veces el cielo azul se pone morado; a veces el sol ilumina toda la ciudad, a veces aparece la luna; pero siempre estamos mirando. Solo ella y yo… y el gran cable que cuelga en frente de la ventana.

Empecé a sacar fotos de los atardeceres que me gustan, creando un tipo de colección de todas las tardes que pasamos juntas; solas pero juntas. En esos paisajes hay colores y sensaciones, algunos son felices y otros son tristes. Y muchas veces, sea por intervención divina o por susceptibilidades subconscientes propias, reflejan perfectamente cómo me siento. Encontré en esos atardeceres una compañía tranquilizadora, una señal de que ahí afuera hay un mundo lleno de vida y de color, uno que puedo salir a buscar cuando quiera, pero uno que también puede venir a buscarme a mí. Porque esos rayos de sol y esos atardeceres entran por la ventana y pintan este pequeño departamento con hermosos colores, dándome algo bonito que mirar y algo aun más bonito que sentir.

Hasta que finalmente me di cuenta que me encanta estar sola. Viviendo sola entendí nuevas cosas de mí misma y aprendí a lidiar con la soledad. El día que agarré mis cosas y me fui de esa casa creí que había tomado la decisión correcta, luego me llené de dudas y lágrimas cargadas de miedo, pero cuando las emociones se calmaron, supe que había tomado la decisión correcta. Porque aprendí a estar sola. Y lo mejor es que no estoy tan sola como a veces quiero pensar. Tengo a una hermosa gata que cuidar, tengo atardeceres que mirar, calles que vigilar, libros por leer, y tengo la mejor compañía que podría desear: me tengo a mí. En estos últimos meses, la vida me ha enseñado mucho, aunque prefiero decir que he sido yo la que ha aprendido de ella. Siento que en este corto tiempo desde que vivo sola he crecido más de lo que he crecido en los últimos cinco años. Me siento mejor preparada para enfrentarme a lo que sea que venga a continuación. Es importante saber estar sola y es importante poder estar sola. Y ahora, habiendo aprendido a estar sola, creo que estoy lista para aprender a estar con los demás.